Conversaciones de ascensor

17/08/2009

Nunca he entendido la necesidad que tiene el ser humano de justificarse por toda aquello que hace (siempre y cuando la acción tenga probabilidad de salir mal). De hecho valoro a las personas que aún a riesgo de equivocarse son fieles a sus intuiciones y convicciones, persiguiendo los retos que se plantean, sin importar el qué dirán o sin plantearse la posibilidad de un error. A fin de cuentas, ¿qué es un error?, sino una desviación temporal del objetivo perseguido.

Ayer me encontré a un compañero del instituto (hacía años que no lo veía), y ante la simple pregunta de «hola, ¿como estás?». No hizo sino que contarme con todo lujo de detalles lo fantásticas que estaban siendo sus vacaciones (la novia al lado orgullosa y sin abrir la boquita). Una vez terminado el discurso (y ante mi cara de aburrimiento), optó por la correspondiente pregunta de cortesía «y, ¿las tuyas?». Si no recuerdo mal, tras iniciar el comentario de «Estoy con un proyecto y no puedo cogerme vacaciones», empezaron ambos a hablar ambos la vez, soltando perogrulladas y excusas baratas de que éste era el primer año en cogerse vacaciones. Y que ambos trabajan mucho durante el año y bla, bla, bla

Lo cual me hizo reflexionar de porqué tenemos la necesidad de sentirnos miembros de una comunidad y por lo tanto actuar bajo las normas que se supone debemos aceptar. El motivo principal es que en la mayoría de los colegios nos enseñan a comportarnos como seres gregarios, por lo que cualquier decisión que se sale fuera de un comportamiento gausiano, es mal visto y nos provoca la necesidad de justificarnos. A su vez, es curioso que cuando alguien tiene éxito (y por lo tanto se comporta de manera diferente) la sociedad lo encumbra y lo pone como modelo a imitar. Para profundizar más sobre este suceso os invito a leer el libro «outliers«.

Así que por favor, comportémonos como nos dicta la razón y nuestro «yo más profundo» y no sintamos vergüenza por ello.

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