Desde pequeño he tenido la gran suerte de poder viajar a multitud de países, desde los vecinos en Europa hasta alguno tan exótico como Australia o Hawai. Lo curioso del tema es que conforme he ido creciendo le he ido ganando respeto al hecho de volar. Lo que al principio era respeto se ha ido convirtiendo en casi una paranoia hasta el punto de que no me hace mucha gracia el volar. Tampoco lo definiría como miedo, puesto que tampoco voy a dejar de volar, dado que tendría que renunciar a una de mis pasiones: descubrir lugares nuevos y exóticos. Sin embargo una sensación de ansiedad, sudor en las manos y estar atento a cualquier ruido o movimiento sospechoso me acompaña a cada minuto mientras estoy sentado en el ave de metal 🙂
Lo que estaba claro es que no podía estar sentado de brazos cruzados esperando, así que decidí coger el toro por los cuernos. El año pasado por mis 30 primaveras me regalaron una terapia de choque: un viaje en globo. Realmente es la esencia de volar: estar colgado a una altitud de 1800 metros sobre el nivel del mar colgado en una cesta de mimbre teniendo encima de la cabeza un enorme globo cuya tela al vacío pesa unos 300 kgs…Por diversas circunstancias, hasta este fin de semana no había podido disfrutar del regalo; pero finalmente el sábado con un buen madrugón, nos presentamos a las 8 de la mañana en Segovia.
La verdad es que el día no pudo ser mejor, soleado y con una ligera brisa. Nada más llegar, nos tuvimos que poner manos a la obra para hinchar el globo:
El procedimiento de hinchado del globo dura aproximadamente una hora y consume alrededor de una botella de gas propano (que es con lo que funciona los calentadores del globo). Antes de comenzar el proceso inflan un pequeño globo de feria y lo lanzan al aire para ver qué dirección tomaremos cuando estemos en el aire. No hace falta recordar que una vez en vuelo estas a merced de las corrientes de aire….La primera sensación que experimentas cuando te subes a la cesta es de intriga, pensaba que el despegue sería brusco…demasiadas películas cortando cabos y soltando amarras, cuando en realidad nada de esto ocurrió. Comenzamos a despegar muy suavemente, de hecho no te enteras que estas ascendiendo hasta que no miras hacia abajo. Una vez arriba la sensación es de paz absoluta y mucha calma. Libertad, paz, relajación y sobre todo maravillado de lo que estás viendo. Nuestro piloto, José, nos explica en todo momento la altura y velocidad que llevábamos, así como iba buscando las térmicas y otras corrientes de aire para disfrutar del vuelo. A modo de anécdota nos contó que hay que tener cuidado con las avionetas y avisar al control de tierra más cercano el área que vas a volar, si no quieres tener un susto :-)Os dejo unas cuantas fotos:
En resumen, la experiencia ha sido increíble y os la recomiendo encarecidamente 🙂 Nos gustó tanto la sensación que ya tenemos pensada la siguiente aventura : Vuelo en aeroplano sin motor!!!
Si la habéis probado, me gustaría saber vuestra experiencia.
Saludos y hasta pronto